martes, enero 25, 2005

W.Benjamin: Una poética de lo fragmentario

Sobre unas ideas surgidas en una conversación fumando hashish, “modificando las reglas del juego” como el Ulises de Kafka
“La totalidad es la mentira”
T. Adorno

“La realidad sólo puede comprenderse a través de sus extremos”
Krakauer
Yo soy posmoderno. ¿Por qué es esta afirmación posible?
Simplemente porque estamos viviendo bajo un lenguaje ya distinto de aquel moderno. Mucha de la filosofía que se ha escrito en esta dirección ha tenido la sospecha de que el lenguaje había sido descubierto. Lo descubrieron durante todo el S.XX los Totalitarismos (fascismo, estalinismo), y lo descubrieron los oprimidos gracias también a las palabras de algunos burgueses que consiguieron con sus teorías una auténtica práctica revolucionaria. El lenguaje fue descubierto tanto por las ideologías obstinadas en lo moderno del eterno retorno como por las ideologías nacidas en la crisis de la racionalidad moderna, iniciada por los que Paul Ricoeur llamó los filósofos de la sospecha. Lo que se inició en la ontología de la modernidad fue sufriendo un desgaste filogenético que permitió plantear la sospecha y, finalmente en la posmodernidad, la verdadera crítica a las ideologías y en particular al Capitalismo.

Dentro de estas coordenadas es posible pensar que el argumento de la catástrofe de la modernidad se ha estado escribiendo con la emergencia de un nuevo lenguaje posmoderno. Nacido también de aquello que empezó a ser silencio con el suicidio del joven Otto Weininger y ahora puede, gracias a las palabras que van más allá de las palabras, desde otra perspectiva, borboteando, despertar a la intuición. Benjamin actuaba como si el mundo fuera lenguaje. El azar lo introducimos al escoger el origen de nuestro sistema de referencia, luego todo es pura deducción necesaria.

Walter Benjamin y todo lo que sucede dentro de las críticas de las ideologías formalizaron un lenguaje que está siendo capaz de hacer aparecer (aletheia) de lo contingente (physis). Las palabras hechas carne (o simplemente escritas) están permitiendo al hombre posmoderno (global) una nueva posibilidad de pensar sobre la humanidad. Tanto los acontecimientos de la heterogénea actualidad como la teoría de la que disponemos hacen necesaria una praxis que puede ser sugerida escuchando el trueno producido por el rayo del Passagen-Werk.

Utilizaremos para este paseo la metáfora de la memoria como proceso necesariamente hecho de recuerdo y olvido. Los Pasajes son un cadáver de la modernidad que por su proximidad (fósil encontrado) delimitan una huella en forma de material histórico desencadenando el arte de la memoria. Son los ur-fenómenos que desechados se reencuentran en el arte de pasear por la historia del presente, para producir el despertar de la esperada protohistoria. La posmodernidad que Lyotard nombró, sin duda también está enriquecida por la incorporación que hace Benjamin del concepto de esperanza. Nada más europea, como dice Steiner en su espléndida “Idea de Europa”, debe ser considerada la esperanza junto a los distintos usos de la razón. Jerusalén y Atenas como la neópolis europea.

La tensión en Benjamin se alimenta de los chispazos que produce juntar el marxismo y la teología. Aquella teología que es hoy pequeña y fea, y que no debe dejarse ver en modo alguno. Es el enano jorobado maestro en el juego del ajedrez que guía al autómata del materialismo histórico. El mismo enano que sujeta al marxismo para que no se convierta en positivismo, y que es sujetado a la vez por el marxismo para que no se convierta en pura magia. Su óptica es bifocal y necesita de ambas percepciones para mostrar la imagen dialéctica.

No queremos decir que todo el lenguaje que estamos definiendo como posmoderno sea material lingüístico benjaminiano, pero quizás sí que su aportación ha sido fundamental para saber generar las metafísicas necesarias para desvelar también la fantasmagoría contemporánea del Capitalismo. Dentro de esta posmodernidad, y por lo tanto, incorporando también el discurso generado por la crítica al mismo concepto de posmodernidad (Habermas), hemos conceptualizado un alfabeto que, manteniendo la coherencia, trae consigo nuevos objetos.

Volviendo al coleccionista de Benjamin y a sus imágenes dialécticas, contemplemos desde sus tímidas lentes las constelaciones fotografiadas y que, a modo de anotaciones, “lenguajean” sobre el material histórico como si de material inconsciente se tratara. La fantasmagoría, aquella que se descubre bajo el método del paseante, el que no busca pero encuentra, como Picasso, aquello que se reconoce (remembranza), sigue siendo la misma alienación que ahora permite nuestra ensoñación, sólo que ahora disponemos de un lenguaje capaz de mostrar el engaño del eterno retorno de lo siempre nuevo, tal y como lo entendía Benjamin. Puede que sea éste el motivo por el cual el discurso contemporáneo se esté focalizando tanto en la ética. Una vez que existe el lenguaje es hora de preguntarnos de nuevo: ¿Qué debemos hacer?

Desde el punto de vista del historiador materialista (y del Ángel de la Historia), Benjamin define un proyecto donde intenta mostrar y narrar un método de “anotar” los fragmentos históricos encontrados también por el azar del que pasea (después de largas horas de estudio en su casa-biblioteca de París), para que el advenimiento mesiánico, aquel que es capaz de plegar el pasado en el presente, pueda superar la catástrofe incorporando el concepto de esperanza. Para superar la dialéctica Hegeliana propone su dialéctica de la mirada. El giro copernicano de nuevo vuelve a ser importante. Para Hegel y para el historicista, la síntesis está más cerca del Estado (del Todo) que del individuo (lo fragmentado, la multitud), y no permite rastrear la huella del pasado. Es una historia del forzado recuerdo que los protagonistas escriben tras la victoria y el olvido de los que han sido derrotados. Esta es la historia que cuenta el historicista.

Benjamin se sitúa en la subjetividad de la historia para rescatar el concepto proustiano de memoria involuntaria. La mirada de Benjamin y sus primeras piezas de colección (los Pasajes, el flâneur, la prostituta, …) sin duda han contribuido a iluminar nuestro saber. Hemos aprendido a rastrear en esa memoria con todo el saber sobre el olvido que Proust nos legó, y ahora, sobre las imágenes dialécticas de Benjamin, todos nos hemos convertido en Ángeles de la Historia.

Vivimos ahora más que nunca esa sensación de “durée” de la que hablaba Bergson, al menos los que hayan incorporado a su lenguaje la mirada dialéctica y el materialismo histórico de Benjamin dentro del discurso posmoderno.

Ahora que estamos detenidos, inertes, entre el presente y el pasado, ahora que ya está suficientemente desarrollado el lenguaje para pensar en lo global, es la hora de la voluntad.

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