miércoles, noviembre 23, 2005

La Modernidad como pedagogía del abandono


Toda filosofía,
cualquier filosofía
es una antropología empírica.

Hipótesis


Estamos solos. Esta es la condición de posibilidad de nuestra existencia en la post Modernidad. La de estar solos, abandonados. El sabio Bauman nos habla del amor líquido, del que nos deshace como comunidad y acaba invertebrando también nuestras lenguas. El amor que se adapta al flujo de capitales. Desnudos y sometidos a las distintas infraestructuras que nosotros mismos producimos, gobernados por los poderes autoritarios y jerarquizados de la riqueza, nos abandonamos. Al poder de las grandes corporaciones, de los burbujeantes mercados financieros, de la política neoliberal más recalcitrante. Nos abandonamos como se abandonaron las generaciones deprimidas de los años ‘30 a la Europa Nazi. Al mundo globalmente deprimido.

Superficialmente, casi estéticamente, seguimos reconstruyendo la memoria histórica de todos nuestros múltiples Holocaustos. Aunque la pornografía sólo muestre múltiples orgasmos, seguimos estando solos. Solos y divididos. Individualizados. Deslocalizados. Precarizados.

¿No lo estaremos poniendo demasiado fácil para que se repita la Historia? Las guerras siempre han acabado convertidas en poemas, en canciones, en onanismos hollywoodienses. Tantas muertes, decimos siempre cuando estudiamos las guerras, cuando las declaramos. Y sin embargo no somos capaces de reconocer, de imaginar, atrofiados por tanta imagen, a dónde nos está llevando la insensatez generalizada. Eludimos la responsabilidad de la complicidad. Del no hacer nada. Del sistema. Y seguimos sin despertar de esta diversión preprogramada. Aburrida.

Hay días en que creo que me he quedado solo yo también, y que ya nadie lee los periódicos en sus ciudades. Las opiniones. Lo que los griegos llamaron doxa y le otorgaron el difícil reto de deliberar sobre lo contingente. La opinión consensuada con la realidad. Con los demás. Hablando. Al menos aquella realidad que somos capaces de imaginar. A la que nos aproximamos tímidamente siempre tras pequeños fracasos. Puede que estemos hablando de aquel sueño de la protohistoria, de una sociedad sin clases, del paraíso perdido, o de poder vivir sin matarnos.

La Modernidad ha sido una pedagogía del yo demasiado asfixiante para Occidente, exportada a todo el mundo, y ahora, se hace necesario declarar una segunda Modernidad. Salir de nosotros. Ampliar el vocabulario sin excluir a nadie. Todavía no hemos conseguido salirnos del cartesiano yo para fundar un gran tu. Un nosotros. Más global y más sano.

La filosofía enseña grandes cosas; la amistad, la philia, el saber, la sophia. Palabras grandes escritas en cursiva. Pero el saber que deberíamos practicar, es aquel que tiene los pies en el suelo. Que no vive en mundos virtuales. Que no se distrae. El que observa, duda y decide. Que aprende de las experiencias pasadas, modificando las capacidades cognitivas y poniéndolas en práctica. Conociendo y ampliando nuestros límites, dentro de lo humano. Abiertos pero limitados.

Claro que hablar de amores líquidos en tiempos de guerras civiles parece lo más natural del mundo en este espectáculo continuo mediatizado que todo lo permite. Todo lo subsume. El todo vale. La Mentira como velo de Maya.

El sociólogo Beck nos habla también sobre el amor, y el abandono que sufren los niños atrapados en sentimientos tan poco nobles como son los celos y el odio de sus padres. Los que se casan para divorciarse. Los que consumen relaciones. Padres que abandonan a sus hijos por imperativo productivo, y porque la incorporación de la mujer al trabajo se ha tomado como excusa para bajarle el sueldo a las familias. Niños educados a la soledad. Juan jugando con la play del padre. Alguien que se duerme mirando la tele. “…El amor es una especie de rebelión, una forma de ponerse en contacto con fuerzas para contraatacar la existencia intangible e ininteligible en la que nos encontramos…” nos recuerda Beck.

En la Modernidad nos abandonamos al prometeico progreso. Dejamos a un lado a Dios para olvidarnos de nosotros mismos. Fundamentamos, criticamos, sospechamos y finalmente aniquilamos a la Razón. La capacidad de emitir juicios razonables. De la razón geométrica a la nada. Al Nihilismo. A la tecnología como fe. A la ignorancia.

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