miércoles, septiembre 27, 2006

Transnacional



"Quien predica lo contrario,
es decir, no preocuparse por escribir bien y leer bien
(...) señala a los pueblos, en efecto,
un camino para ser cada vez más nacionales;
agrava la enfermedad que aqueja este siglo
y es enemigo de los buenos europeos,
un enemigo de los espíritus libres”.

El caminante y su sombra.
F. Nietzsche


En Cataluña, pero también en España, Europa y el mundo, empezamos a pensar, y por eso escribimos, sobre un posible modelo de convivencia de comunidades posnacionales. La Globalización, así en mayúsculas, nos ha desterritorializado a todos. Porque la Globalización es otro modo de estar en el mundo, hemos dejado de vivir en un aquí y ahora, y nos hemos instalado en un solitario ahora. Huérfanos del aquí, del lugar, a todos nos ocurren las cosas en un mismo y transnacionalizado ahora.

Desde nuestro espacio de experiencia, nuestra historia, deberíamos ser capaces de imaginarnos nuestros horizontes de expectativas. Pero volvamos al origen, y volvamos al interesante debate interno y externo en Cataluña sobre un posible modelo de convivencia posnacional. Una realidad que se está dando en el mismo y globalizado ahora en Europa y el mundo, y que busca cómo organizar sociedades transnacionales para que sean capaces de resolver las grandes cuestiones del siglo XXI.

En la escena internacional, el viejo poder anclado en los parámetros del siglo XIX, sigue actuando por la fuerza, como si aún existiese la posibilidad de contener lo que no puede ser contenido – lo incontinente-, lo que sobra porque se ha desecho, bajo la violencia de las fronteras físicas. La violencia a secas. Bajo la tortura. La deshumanización. De esa forma, se nacionaliza la política –interior y exterior- mientras se liberaliza al capital para que, a modo de gran tentáculo, se desplace a gran velocidad por el mundo sin responsabilizarse de nada. Y todo en nombre de la democracia de mercado de dirección única.

Claro que en Europa se ha escrito mucho sobre la deshumanización y sobre los males del nacionalismo. Europa, un lugar atípico donde ha sido posible superar las fronteras físicas y psíquicas del nacionalismo, creando un verdadero espacio comunitario. Un lugar en el mundo donde repensar los nacionalismos. Vivirlos de forma distinta, y llegar a formular la base de un derecho comunitario pensado para una convivencia cívica sostenible y en paz. Por todas estas razones sigue siendo razonable esperar de ese lugar, Europa, una relación más justa con sus límites, también geográficos, para darle forma a sus contenidos. Porque más que un choque de civilizaciones estamos viviendo un choque de ignorancias, como la ignorancia de Aznar al seguir manipulando la historia para justificar las palabras injustificables, precisamente desde la razón, de Benedicto XVI, un ciudadano ejerciendo de Papa.

Las palabras deberían ser usadas también con prudencia para esclarecer lo que todavía permanece oscuro. Pero siempre han existido palabras peligrosas, y los que hemos vivido también la guerra fría, hemos oído ya unas cuantas. Ha llegado el tiempo de que las palabras que sirven para crear al enemigo, para darle forma deshumana, pasen a ser palabras sospechosas y enemigas de las inteligencias libres.

En Cataluña, el lugar transnacional en el que vivo, nos sería mucho más fácil reivindicar nuestros derechos como pueblo y cultura si pensáramos radicalmente en las ventajas del posnacionalismo. El desgaste de estar siempre enfrentados por unas entelequias llamadas naciones, desaparece ahora, en nuestro actual mundo transnacional, para dejarnos libremente autodeterminarnos en comunidades consensuadas. En este sentido, la formación de un nuevo partido como Ciutadans, puede colaborar en este esfuerzo de repensar los nacionalismos, sobre todo si se abandonan las palabras que crean enemigos y se trabaja para formular buenas ideas para la ciudadanía.

La voluntad, aquella que asume nuestras fuerzas una vez evaluadas las perspectivas, la que razona razonablemente para deliberar y decidir bien, la razón deseante y el deseo razonante, exige un buen uso de nuestras facultades. Desde lo local hacia lo global para volver a actuar en local, desde esta perspectiva ideal para poder pensar, deberíamos representarnos nuestras futuras elecciones. Decidir.

martes, septiembre 26, 2006

CASA

Ecosofía: una nueva forma más global de pensar la vida. Nuevos y útiles modelos de comprensión para superar las grandes contradicciones de nuestro siglo.


En un mundo en el que la población considerada como refugiados medioambientales no deja de crecer, mientras asistimos pasivamente al desarrollo de la polución del agua, del aire, a la perturbación del clima, a la destrucción de los bosques, a la extinción de multitud de especies vivas, a la degradación del paisaje, al empobrecimiento sistemático de la riqueza genética de la biosfera, y al abandono progresivo de nuestros valores culturales y morales, nos es indispensable desarrollar una auténtica ecología de la mente, una esperada y necesaria ecosofía.

Porque hagamos lo que hagamos habitamos una misma casa. Un mismo contexto. Un entorno que nos precede. Las condiciones que hacen posible nuestra existencia y permanencia como especie y que no deberíamos ignorar. Todo lo contrario, deberíamos indagar sobre aquellos saberes prácticos que nos son útiles para contemplar este mundo, el único que tenemos, como un ser vivo. Superar nuestro atávico antropocentrismo ilustrado, y dejar de verlo todo como objeto. Algo que está ahí en frente, que puede ser usado técnicamente, mercantilizado y vendido, explotado y convertido en desecho, consumido.

La ecosofía nos habla de un saber práctico acerca de lo que significa habitar una casa. Una mirada distinta hacia todo aquello que nos rodea. Capaz de unir finalmente la cabeza al cuerpo y articular las ciencias y las técnicas con los valores humanos para desarrollarnos armónicamente con el entorno. Un encuentro de disciplinas que hacen posible una visión total, completa, holística, de nuestras condiciones como género humano y como individuos. Una ecología profunda que denuncia también la polución que se produce en nuestras mentes, en el lenguaje. Reconocer todos los ambientes que habitamos y procurar hacerlos vivibles. Es el pequeño pero importante paso que hay entre una sensibilidad medioambiental y una sensibilidad ambientalista.


LOS PILARES DE LA ECOSOFÍA


"Mirar lo que uno no miraría, escuchar lo que no oiría, estar atento a lo banal, a lo ordinario, a lo infraordinario. Negar la jerarquía ideal que va desde lo crucial hasta lo anecdótico, porque no existe lo anecdótico, sino culturas dominantes que nos exilian de nosotros mismos y de los otros, una pérdida de sentido que no es tan sólo una siesta de la conciencia, sino un declive de la existencia."

Paul Virilio. "La estética de la desaparición".

Podemos hablar de cuatro grandes campos que, dentro de la ecosofía, trabajan conjuntamente para aportar nuevas cosmovisiones: el científico, el emocional, el práctico y el espiritual. Todos ellos orientados a buscar nuevos modelos que permitan una mejora del actual sistema social, mediante un cambio en las disposiciones cognitivas –nuestros recursos y capacidades mentales- para pasar al acto y modificar nuestras costumbres. Los dichosos hábitos.

La ecosofía se alimenta de aquellos conocimientos científicos que facilitan la comprensión de un mundo cada vez más complejo. La teoría de los sistemas, el principio de autorregulación, la espléndida metáfora que James Lovelock hizo sobre nuestro planeta contemplándolo como un organismo vivo en su hipótesis Gaia. Todos estos saberes modifican nuestro pensar, nuestro estar-en-el-mundo, y permiten imaginarnos dentro de un infinito juego de muñecas rusas, insertos en sistemas relacionados entre sí para autoprotegerse. Desde esta vertiginosa posición empezamos a entender la importancia de asumir modelos más cooperativos y menos competitivos, modelos que, siguiendo la lógica de la vida, faciliten la creación de auténticas redes sociales.

Pero para hacer, a escala planetaria, una auténtica revolución política, social y cultural, y reorientar la producción de los bienes materiales e inmateriales hacia una economía más respetuosa y responsable con la vida, es necesario ofrecer también recursos emocionales para transformar las tensiones producidas por la conciencia de esta crisis global, y convertirlas en energías y sentimientos positivos que permitan un posible cambio de estilo de vida. Cultivar la producción de singularidades distintas, alejándonos del consenso embrutecedor e infantilizante que suele producir el mercado. El hombre duplicado. Enriquecernos como personas para poder producir auténticas y singulares emociones humanas. Explorar nuevas maneras de relacionarnos con el otro, con el distinto, y con nosotros mismos desde nuevas prácticas éticas, políticas e incluso estéticas.

En el campo práctico la ecosofía debe encontrar una alternativa sostenible para relacionarnos con la naturaleza, dejar de externalizar los costes ecológicos hacia las poblaciones más vulnerables y sobre todo a costa de las generaciones futuras. La biosfera nos ofrece el mejor ejemplo de un verdadero orden económico natural, un proceso de reciclaje continuo y autorregulado al que deberíamos integrarnos cuanto antes. Asumiendo derechos y obligaciones. Porque habitar la Tierra es también eco-responsabilizarse.

Finalmente, la concepción espiritual de la eco-filosofía nos abre las puertas al cosmos. A encontrar el centro del universo en cada cosa que vemos, en nosotros mismos. Pensarnos un centro cualquiera del universo que se expande a partir de lo que somos. Porque también somos un reflejo del todo, un microcosmos. Lo espiritual sirve para hacer el salto y aliarse definitivamente con el todo. Para hacer las paces con la tierra. Dejar de verla como objeto y sentirse parte de ella, como en casa.


EN EL JARDÍN



"Arte es lo que articula la vida y la unifica mediante la creación ‘artística’ de la persona. El sentido de la vida consiste en hacer de cada uno de nosotros una obra de arte."

Raimon Panikkar. 'Ecosofía' .

Entre la casa y el exterior, el jardín simboliza la forma en que nos adaptamos al medio. Un espacio análogo al de la política. Pero la política es la gestión de la polis, y como dice Félix Guattari la ciudad produce el destino de la humanidad. Siguiendo con la metáfora, si la economía debe administrar la casa, la ecosofía debe tener cuidado también del jardín. La sostenibilidad amplía el concepto de política tradicional haciendo que cualquier abuso al entorno acabe por significar un abuso a la persona y a sus derechos democráticos. Pero, ¿cómo empezar el cambio?

Para la ecosofía el cambio debe hacerse desde uno mismo. Convertirnos en los jardineros de nuestras vidas. Pero también debe hacerse sintiéndonos parte de un todo. En constante interdependencia y haciendo de la política un arte. Llevando a cabo un redespliegue de aquellos valores que nos hagan más sensibles al poderoso sentimiento de saberse integrados al cosmos.

Esta refundación ecosófica debe hacerse de forma escalonada, desde los niveles más personales y cotidianos trascender al ámbito familiar, continuar ascendiendo por los espacios que compartimos con nuestros vecinos, y llegar finalmente a cumplir con los retos geopolíticos y ecológicos que nos exijamos.

jueves, marzo 16, 2006

Belleza robada

“-¡Atrévete a pensar!¿Qué es el fascismo?
- El fascismo es una violación del aparato técnico,
una atrofia de nuestro sensorium.”


Imaginario diálogo imposible.


Hablar sobre la belleza es hablar de aquel estado cognitivo en el que nos sentimos en paz y en pura complacencia. Un estado en el que nuestras facultades juegan libremente entre sí de forma productiva. Un sano puro reflexionar, un pequeño motor inmóvil que albergamos en nuestra alma intelectiva, donde la imaginación juega un papel trascendental. Es en el acto de imaginar en el que simbólicamente alzamos la mirada al cielo y pensamos, o dicho de otro modo, es cuando pensamos que alzamos la mirada al cielo para imaginar. Un estado de actividad trascendental que siempre los hombres sabios, han sabido ejercitar. Un estado en el que buscamos a nuestra particular Alicia –aletheia- en el mundo de las maravillas en el que habitamos. A tientas y con las manos por delante, y con las palabras que son las manos de la mente. Porque el lenguaje y la palabra son la piel del hombre y por extensión de la Humanidad. La herramienta que usamos para alumbrar la siempre-oculta verdad, la que ahora, como seguramente sugeriría Walter Benjamin, prostituimos en los bulevares y burdeles en los que vivimos. Ahora en el siglo XXI, tal y como Benjamin susurró al mundo, la verdad es el verdadero campo de batalla. Ahí su advertencia de que las fantasmagorías son una tecnoestética que el fascismo produce para adormecernos y entretenernos en peligrosas ensoñaciones.

También Musil escribe durante la Gran Guerra del siglo XX y ensaya sobre una sociedad adormecida a la que le es vendida la muerte mientras habla de otras cosas y mira hacia otro lado. Como nosotros ahora, que provocamos incidentes globales al jugar con la imagen de Dios y sus profetas aumentando el caos en el mundo. Sin que sirva para nada y encima ofendiendo. Carente de cualquier valor estético por el simple hecho de ser un acto demasiado intencionado. De mal gusto.

Deberíamos reflexionar más sobre lo que realmente se está representando entre el mundo musulmán y el judeo-cristiano. Separados por distintas imaginerías producidas por los poderes para seguir dominando a ambos lados del mundo, debatimos ahora sobre juicios estético-divinos, sobre juicios a los que hay que aplicarles el buen gusto. La bella y prudente virtud del genio kantiano.

Pero mientras sigamos hablando de guerras, especialmente las neoliberales-pseudo-capitalistas, hablaremos de caos y de muerte. Para empezar, pseudo-capitalistas porque van en contra del libre mercado, si por libre se entiende la libertad a la que se refería Kant. Hablamos de la guerra, de aquellas condiciones de posibilidad que hacen que el hombre renuncie a ser hombre para sobrevivir. El hombre que se ve obligado a matar o a mentir y a menudo, como ahora, incluso sólo a callar. A encubrir. A bajar la mirada distraída, como la de aquel que tiene por trabajo el inhumano empeño de conducir un tren lleno de futuros cadáveres.

Pero volvamos a la belleza sin alejarnos demasiado de la verdad porque, si bien no son lo mismo, belleza y verdad suelen aparecer juntas. Sin duda la belleza es una especie de verdad. De verdad para nosotros mismos, dentro de un nosotros que configura tanto al sujeto como a un potencial grupo consensuado y entrelazado afectivamente. Sin duda en la verdad, simplemente porque somos capaces de alumbrarla y descubrir con la imaginación una figura, una imagen que recordar, se produce algo parecido a la belleza. En el eureka del genio que todos llevamos dentro. El genio al que se escucha o al que se le hace callar. El que hace la regla o el que la acepta. En el instante en el que el matemático encuentra su ecuación, o en el que el físico su principio, ese oportuno instante, es análogo a la belleza. Ocurre que la intuición satisface sus deseos, seguramente con la recompensa de toda una descarga neurológica de placeres y displaceres a cada paso que da, siguiendo aciertos y errores. Como el escribir que siempre se hace tachando.

Pero, ¿qué es una intuición? Y sobre todo ¿qué pinta la belleza?


Sobre la investigación kantiana

La investigación trascendental que Kant propone como fundamento de lo que es posible conocer, alcanza en la Crítica de la facultad de Juzgar la categoría de sistema. Este complejo y a la vez familiar conocimiento puro –desconocida raíz común-, es lo que permite a Kant realizar el giro copernicano y dejar a un lado la pregunta por el ente, lo óntico, para centrarse en la necesaria pregunta por las condiciones de posibilidad, el cómo es posible que se produzca conocimiento -y por lo tanto experiencia-. Se inaugura de ese modo el giro fenomenológico que permite preguntarnos por la legitimidad de los distintos enunciados que enjuiciamos de forma lógica, estética o práctica. El giro moderno que permitirá también darle una merecida autonomía al arte y a la estética. El cómo son posibles los juicios configura el extenso argumento que Kant propone a lo largo de su proyecto crítico.

Lo que se pretende es la comprensión de la centralidad de los juicios estéticos dentro del sistema trascendental kantiano, y a la vez, mostrar cómo, justamente por esa centralidad que la sensibilidad estética tiene en nuestras capacidades cognitivas, a día de hoy y mediante las múltiples técnicas/tecnologías, está siendo anestesiada. Ya nos advirtió W. Benjamin en “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica” diciéndonos que el fascismo es una “violación del aparato técnico”, un modificador del aparato sensorial (sensorium), y por lo tanto de la experiencia. De ese modo Benjamin puede llegar a decir que “las fantasmagorías del capitalismo son una tecnoestética”, un engaño de los sentidos mediados por la técnica.

Pero, ¿qué es exactamente lo que sucede cuando estamos en presencia de lo “bello”? ¿Qué les pasa a nuestras facultades del conocimiento y qué juicios estéticos a priori nos está permitido enunciar legítimamente?

A estas alturas de la pregunta kantiana ya se ha investigado sobre el hecho de que sólo hay dos ámbitos en los cuales es posible determinar conocimiento: naturaleza y libertad. Y en estos dos ámbitos, irreductibles entre sí, la razón se aplicará en distintos modos para entender y decidir. Los famosos ¿qué puedo conocer? y ¿qué debo hacer?, el trabajo trascendental acerca de la ontología del ser, el nuevo dualismo entre el entendimiento y la razón, encontrarán en la Crítica del Juicio algunas respuestas sobre esa necesaria y desconocida raíz común que posibilita enunciados validos. La producción de fines, conceptos, e incluso intuiciones no conceptualizables. Porque para determinar algo es esencial antes reflexionar. Y la pura reflexión es aquel estado de conciencia que aparece cuando experimentamos lo “bello”. Una complacencia por la adecuación a fines que muestra la posibilidad de la aplicación de conceptos sobre los objetos de la naturaleza, la universal y necesaria armonía de las facultades de conocimiento.

En este sentido, es necesaria una crítica del gusto para discernir entre aquello que está inmediatamente en la sensación, lo agradable, y por lo tanto no universalizable, y lo que es mediado por el libre juego entre el entendimiento y la imaginación, comunicable y universalizable aunque no sea subsumible bajo concepto alguno, lo bello. La conformidad a fin sin fin que nos produce complacencia desinteresadamente. Lo bello que place porque es bello y no es bello porque place.

La experiencia de lo bello es también la experiencia de un límite de nuestras capacidades cognitivas que esquematizan, aunque sin regla, construyendo figura sin determinación objetiva, y conectándonos con las formas de la sensibilidad, siempre subjetivamente con el objeto [ob-iectum], aquello que se nos presenta en frente, que puede ser comunicable intersubjetivamente entre todo ser por el mero hecho de compartir un sentido común -sensus communis-.

Cuando Kant en su analítica del juicio estético se pone a contar chistes para mostrarnos cuáles son las condiciones de posibilidad para que un enunciado nos haga reír, describe la risa como “una emoción que nace de la súbita transformación de una ansiosa espera en nada”. Su fenomenología de la risa, en busca también de un sensus communis, puede servir de ejemplo para mostrar que es posible hacer juicios sintéticos a priori, por lo tanto enunciados válidos sobre un sensorium común.

En la Crítica de la razón pura, cuando aparece la noción de síntesis como superación de la antinomia entre la pluralidad de las sensaciones y la unidad del concepto, la síntesis entre sensibilidad y entendimiento, la misma condición de posibilidad del conocimiento, aparece la Estética trascendental como el momento en que la imaginación debe producir universales. La imaginación, en este punto de la argumentación, asume una importante función para nuestras facultades de conocer en general. La actividad de nuestra imaginación, raíz común de todo juicio, debe saber producir imágenes, formas y figuras, para subsumir las intuiciones bajo posibles conceptos. Debe producir esquema incluso aunque el entendimiento no sea capaz de determinar la regla.

Pensemos ahora en nuestros “sensoriums” en un mundo globalizado y mediado irresponsablemente por la técnica/tecnología. Pensemos en nuestras anestesiadas sensibilidades que desde cómodos lugares contemplan cualquiera de los hechos que están ocurriendo en el mundo. Desde esta perspectiva parece claro que el control y la educación mediante la técnica de este sensorium humano (post-humano, abierto) nos está llevando de nuevo al uso indiscriminado de lo que Benjamin llamaba la estetización de la política. Hacer bella la guerra y alienar al sujeto para que llegue a gozar frente a su propia autodestrucción como individuo y como especie. Un trabajo que sólo puede hacerse mediante la atrofia o modificación de ese sensorium común.

Es mediante la politización de la estética, entendida como aquel arte -o análisis de todo arte producido- que huye de cualquier dogmatismo racional o trascendente, cómo según Benjamin es posible superar cualquier forma de dominación totalitaria y dejar de bajar la mirada. Dejar de ser cómplices.

Es gracias a sus imágenes dialécticas como Benjamin pretenderá politizar el arte y hacernos despertar de la ensoñación que nos producen las fantasmagorías del capitalismo tardío.

Dentro de la hermosa arquitectura crítica kantiana, la aparición de lo bello -en clave moderna- inaugura por un lado la legitimidad de los juicios estéticos, y por el otro permite la apercepción de lo fenoménico fundamentando la posibilidad de que haya conocimiento. En el límite de la belleza, al otro lado del entendimiento, sentimos que hay una conformidad a fin. La misma conformidad a fin que descubrimos también en la naturaleza al contemplarla como arte y no como simple objeto mecánico. Gracias a esta analogía entre naturaleza y arte, que sólo pudo empezar a ser conceptualizada durante el s.XVIII donde la biología ya permite ver a la naturaleza como orgánica, Kant descubre esa raíz común bajo el aspecto de una naturaleza conforme a fin. Una raíz que es el puro reflexionar o, dicho de otro modo, la posibilidad misma de conocimiento.


Nota sobre la investigación benjaminiana


Todos nos hemos transformado en flâneurs, coleccionistas y prostitutas. Personajes que empezaron a aparecer en las grandes ciudades burguesas del siglo XIX, continuaron soñando mientras eran conducidos a la muerte durante casi todo el siglo XX, y han dejado de distinguirse finalmente ahora por ser la norma, en este clónico siglo XXI. Hemos tenido innumerables y magníficos testimonios que han escrito y descrito mucho sobre ello, sobre los Holocaustos, sobre los fanatismos, por lo que deberíamos preguntarnos de nuevo en qué consiste el fascismo en la posmodernidad. Porque parece que el desplome del muro alemán trajo también la desaparición del necesario discurso político sobre el concepto de fascismo. ¿O es que acaso en nuestro mundo no se dan las condiciones de posibilidad para ello?

La belleza siempre ha sido robada por las diversas manifestaciones que a lo largo de la historia hizo el fascismo. La propaganda y la publicidad como técnicas sociales tienen monopolizado el libre juego entre las facultades de nuestro conocimiento mediante la producción y distribución de la belleza, convirtiéndola en un producto que anestesia nuestra cada día más atrofiada facultad de imaginar. De producir imágenes propias. Y con la pérdida de la capacidad de sentir la belleza, de producirla, caen el resto de sentidos atrofiados por el exceso de shocks, de estímulos que constantemente – y acríticamente- nos estallan encima.

Quizá lo que la religión musulmana nos está realmente diciendo, si la escucháramos seriamente sin caer en nuestro fanatismo occidentalocéntrico, es que deberíamos ir con más cuidado a la hora de jugar con las imágenes. No son ni tan neutras ni tan inocentes como parecen, y sobre todo, no siempre valen más que mil palabras. La imagen, el símbolo, son técnicas cognitivas muy arraigadas en nuestra civilización porque han producido importantes efectos en nuestras culturas. Con las imágenes hay que ser prudentes –son una técnica- porque nos sirven para imaginarnos a nuestras divinidades en forma de creencias –también laicas-. El control de ese tipo de producción que la industria cultural ejerce en el mercado no es desinteresado. Ni la publicidad, ni la moda, ni la industria farmacéutica ni la químico-armamentística actúan de forma desinteresada. Corren tiempos de crecimientos sostenidos para una gran alianza de feudocapitalistas que auguran grandes beneficios sin ninguna responsabilidad. Tiempos de despolitización de las mayorías en beneficio de algunas minorías. Más privados y menos públicos. La sociedad y el hombre desmembrados. La individualización totalizada. Cuerpos homogeneizados por patrones de moda y consumo. Lo bello enlatado, ensiliconado. Desencantado en el mejor de los casos. Consumido.

lunes, febrero 13, 2006

La divinización de la imagen o la imaginación de la divinidad

La mejor alianza de las civilizaciones sólo podrá establecerse si se persigue el consenso. Pero parece claro que quien se ríe del que está torturando mientras lo saquea no puede encima esperar a cambio que le hagan buena cara. Quizá sean ese tipo de desmesuras las que definan también a los camorristas callejeros de las posmodernas ciudades occidentales que antes de agredir a un desconocido le gritan “¡Sonríe Willy!”, mientras un móvil registra y distribuye la escena.

La indignación tiene un límite en la propia dignidad, y para la comunidad musulmana Dios y dignidad se identifican tanto que prefieren prudentemente que nadie les represente lo inimaginable, lo inefable que sólo puede ser experimentado subjetivamente. Porque si escucháramos más y no tuviéramos tanta prisa –tanta soberbia- nos daríamos cuenta de que andamos declarando la guerra, el caos, sin enterarnos de nada. Porque fanático es aquel que no es capaz de imaginarse en la piel del otro mientras sigue reforzando sus creencias a cada conflicto. Es fanático quien se empeña en redimirnos.

La Europa que debería haber aprendido el verdadero significado de la prudencia, no puede caer de nuevo en arrogantes monólogos sobre su tan estimada libertad de expresión. Europa debería huir de la desmesura. Y sí, el artefacto que ha sido construido utilizando todas las técnicas visuales para hacer daño a una población que también habita entre nosotros, tiene una estructura tan perversa como las lógicas combinatorias de una sofisticada máquina tragaperras. Su intención es tan clara que se aleja definitivamente de cualquier pretensión estética. Doce figuras caricaturizadas para esconder entre ellas un símbolo a propagar. Porque el hombre es un animal simbólico deberíamos ir con cuidado a la hora de jugar con las imágenes. Ser más responsables y dejar de lanzar bombas cognitivas de ese calibre.

En las tres religiones monoteístas existe la advertencia profética de no adorar al becerro de oro, y ahora la sociedad civil musulmana nos lo recuerda y pide respeto. Dejar libre ese espacio para que luego pueda ser compartido con los demás. Si se quiere. Ganándose el respeto.

Occidente sin duda ha acabado por divinizar a la imagen, dejando de imaginarse a la divinidad, y la ha convertido en un virtual becerro para mediatizar la realidad. Podríamos aprender de estos encuentros entre civilizaciones y convertirlos en auténticos diálogos, porque sólo se piensa firmemente si se dialoga. Sacarle provecho a las razones que se exponen en esta legítima manifestación cultural-religiosa. En cambio, seguimos mirándonos al ombligo y reforzamos nuestro a veces escandaloso laicismo de mercado, sin darnos cuenta de que también nosotros andamos adormecidos. Anestesiados por tanta imagen, cómodos y dispuestos a finalizar el día, seguimos consumiendo imágenes precocinadas y con ellas, toda una serie de valores –nuestras divinidades- que acaban atrofiando nuestra capacidad de imaginar. Pensar.

Pero sigamos pensando e inevitablemente imaginando cosas sobre el asunto de las doce caricaturas de la discordia. Para empezar, ¿Por qué doce? Podrían haber sido cuatro y de muy buen gusto, o plantearse un concurso entre cien aspirantes a caricaturistas por un día, comprendiéndose en tal caso que se hubiera colado alguna de pésimo gusto. La intencionalidad simbólica del dichoso turbante.

También turba ver quemar banderas europeas con sus doce estrellas humeantes por falta de prudencia. En este delicado momento en que Europa está asumiendo responsabilidades militares en algunos de los frentes abiertos de esta Gran Guerra tibia contra el terrorismo, no es oportuno perder nuestro merecido capital moral a la hora de resolver conflictos. Los valores que se respiran en la carta fundacional de la moderna Europa deben quedar claros en nuestros asuntos internacionales. El mundo sigue cambiando vertiginosamente y Europa debería asumir su responsabilidad. Encontrar su función en este desconcertante cambio de siglo que estamos sufriendo todos.

La democracia, la que han aprovechado los que ganaron la Gran Guerra en Europa, la democracia fascista –porque el fascismo sigue existiendo-, se implanta ahora con dirección única y por la fuerza. Propaga el fin de la historia y el choque entre civilizaciones porque es lo que les interesa. La civilización que hay que conservar.

Claro que la inercia nos está llevando al abandono. A quemar el mundo para que sobreviva el capital. Cifras corriendo por el vientre de un computador, mucho más perverso que el tierno Hal de la Odisea del 2001, y acumulando beneficios financieros para nadie. Una buena metáfora para inaugurar el nuevo milenio. Perdidos como siempre lo estuvimos. Navegando y relacionándonos virtualmente a golpe de móvil. Solos.