lunes, febrero 13, 2006

La divinización de la imagen o la imaginación de la divinidad

La mejor alianza de las civilizaciones sólo podrá establecerse si se persigue el consenso. Pero parece claro que quien se ríe del que está torturando mientras lo saquea no puede encima esperar a cambio que le hagan buena cara. Quizá sean ese tipo de desmesuras las que definan también a los camorristas callejeros de las posmodernas ciudades occidentales que antes de agredir a un desconocido le gritan “¡Sonríe Willy!”, mientras un móvil registra y distribuye la escena.

La indignación tiene un límite en la propia dignidad, y para la comunidad musulmana Dios y dignidad se identifican tanto que prefieren prudentemente que nadie les represente lo inimaginable, lo inefable que sólo puede ser experimentado subjetivamente. Porque si escucháramos más y no tuviéramos tanta prisa –tanta soberbia- nos daríamos cuenta de que andamos declarando la guerra, el caos, sin enterarnos de nada. Porque fanático es aquel que no es capaz de imaginarse en la piel del otro mientras sigue reforzando sus creencias a cada conflicto. Es fanático quien se empeña en redimirnos.

La Europa que debería haber aprendido el verdadero significado de la prudencia, no puede caer de nuevo en arrogantes monólogos sobre su tan estimada libertad de expresión. Europa debería huir de la desmesura. Y sí, el artefacto que ha sido construido utilizando todas las técnicas visuales para hacer daño a una población que también habita entre nosotros, tiene una estructura tan perversa como las lógicas combinatorias de una sofisticada máquina tragaperras. Su intención es tan clara que se aleja definitivamente de cualquier pretensión estética. Doce figuras caricaturizadas para esconder entre ellas un símbolo a propagar. Porque el hombre es un animal simbólico deberíamos ir con cuidado a la hora de jugar con las imágenes. Ser más responsables y dejar de lanzar bombas cognitivas de ese calibre.

En las tres religiones monoteístas existe la advertencia profética de no adorar al becerro de oro, y ahora la sociedad civil musulmana nos lo recuerda y pide respeto. Dejar libre ese espacio para que luego pueda ser compartido con los demás. Si se quiere. Ganándose el respeto.

Occidente sin duda ha acabado por divinizar a la imagen, dejando de imaginarse a la divinidad, y la ha convertido en un virtual becerro para mediatizar la realidad. Podríamos aprender de estos encuentros entre civilizaciones y convertirlos en auténticos diálogos, porque sólo se piensa firmemente si se dialoga. Sacarle provecho a las razones que se exponen en esta legítima manifestación cultural-religiosa. En cambio, seguimos mirándonos al ombligo y reforzamos nuestro a veces escandaloso laicismo de mercado, sin darnos cuenta de que también nosotros andamos adormecidos. Anestesiados por tanta imagen, cómodos y dispuestos a finalizar el día, seguimos consumiendo imágenes precocinadas y con ellas, toda una serie de valores –nuestras divinidades- que acaban atrofiando nuestra capacidad de imaginar. Pensar.

Pero sigamos pensando e inevitablemente imaginando cosas sobre el asunto de las doce caricaturas de la discordia. Para empezar, ¿Por qué doce? Podrían haber sido cuatro y de muy buen gusto, o plantearse un concurso entre cien aspirantes a caricaturistas por un día, comprendiéndose en tal caso que se hubiera colado alguna de pésimo gusto. La intencionalidad simbólica del dichoso turbante.

También turba ver quemar banderas europeas con sus doce estrellas humeantes por falta de prudencia. En este delicado momento en que Europa está asumiendo responsabilidades militares en algunos de los frentes abiertos de esta Gran Guerra tibia contra el terrorismo, no es oportuno perder nuestro merecido capital moral a la hora de resolver conflictos. Los valores que se respiran en la carta fundacional de la moderna Europa deben quedar claros en nuestros asuntos internacionales. El mundo sigue cambiando vertiginosamente y Europa debería asumir su responsabilidad. Encontrar su función en este desconcertante cambio de siglo que estamos sufriendo todos.

La democracia, la que han aprovechado los que ganaron la Gran Guerra en Europa, la democracia fascista –porque el fascismo sigue existiendo-, se implanta ahora con dirección única y por la fuerza. Propaga el fin de la historia y el choque entre civilizaciones porque es lo que les interesa. La civilización que hay que conservar.

Claro que la inercia nos está llevando al abandono. A quemar el mundo para que sobreviva el capital. Cifras corriendo por el vientre de un computador, mucho más perverso que el tierno Hal de la Odisea del 2001, y acumulando beneficios financieros para nadie. Una buena metáfora para inaugurar el nuevo milenio. Perdidos como siempre lo estuvimos. Navegando y relacionándonos virtualmente a golpe de móvil. Solos.