lunes, julio 25, 2005

El trío de los horrores

“Los hombres se sirven de las palabras para ocultar sus pensamientos y de los pensamientos para justificar sus injusticias”

Voltaire

Han vuelto y seguirán cayendo las bombas sobre nuestro bienaventurado progreso mientras las oligarquías democráticas occidentales declaran piadosas guerras infinitas en nuestro nombre, pidiéndonos además que continuemos sujetos a la vida como si nada. Ellos hacen alarde de sus dispositivos de emergencia una vez ya se ha precipitado la muerte. La seguridad entonces, aparece en forma de helicópteros, policías y ejércitos, simulando controlar y reestablecer un orden imaginario, virtual, para que todo el mundo pueda y deba seguir caminando hacia su oficina. Los familiares de los afectados ya disponen de un teléfono de información centralizado donde serán eficientemente consolados. Como engranajes de un sistema maquinal, los recursos humanos estropeados serán substituidos por otros que tuvieron más suerte y no compraron los desafortunados billetes de los trenes y autobuses ensangrentados.

La producción no puede parar y debe seguir garantizando la maximización de los beneficios empresariales y la reducción de los costes y salarios para ser cada vez más efectiva, más ágil, y aplastar definitivamente al enemigo. Hay que continuar con la labor de facilitar las concentraciones de capital desresponsabilizado para que éste decida por nosotros intervenir en casas y vidas ajenas, apoyando regímenes autoritarios, deshaciendo sociedades civiles bien organizadas, o implementando democracias de papel mojado para seguir apropiándose de los recursos. Hay que aplastar al enemigo, dicen, que no comparte nuestros valores. Pero, ¿quién es nuestro enemigo? ¿Irak? ¿Afganistán? ¿Palestina? Y sobre todo, ¿cuáles son nuestros valores?

Nueva York, Madrid y Londres, como piezas de un puzzle desencajado, representan el bien ultrajado por aquellos bárbaros que no comparten la libertad y la democracia occidentales defendidas con bombas de racimo, arsenal químico, torturas y humillación. Las narrativas históricas que se están escribiendo permiten que en nuestro horizonte de expectativas aparezcan como posibilidades reales ataques cada vez más desesperados, ataques más mortíferos, más masivos. El espectáculo del terrorismo internacional, perversamente utilizado como cortina de humo para desacreditar a los legítimos movimientos de resistencia, y financiado finalmente también por oscuros capitales transnacionales, continúa augurando nuevos métodos para sembrar el terror necesario y hacer caer al gran gigante de los pies de barro. Y es que el barro está en todas partes. En las declaraciones de Bush tras los atentados de Londres recordándonos que mientras “nosotros” trabajamos para solucionar los problemas del mundo, “ellos” cometen actos criminales contra inocentes. El barro estaba en el engaño desesperado de Aznar y en los discursos del último Blair victorioso, asegurando que nada tienen que ver con los atentados las intervenciones militares de la coalición.

El barro estaba ya presente en las políticas intervencionistas en Medio Oriente de los ’60 que acabó con la posibilidad de una unión laica del mundo Árabe, en las petromonarquías aliadas de los EE.UU., y en los pies de un joven Bin Laden financiado por la paranoia anti-comunista norteamericana. En las Azores no se hizo más que revolcarse en el barro de la mentira y salpicar de sangre a víctimas inocentes mucho más desamparadas que todos nosotros juntos.

Hay que atreverse a decir las cosas por su nombre, a mirarnos en el espejo de los horrores que hemos esparcido por el mundo, y condenar por igual los crímenes que se están cometiendo en estas nuevas guerras asimétricas que reparten muerte sólo entre aquellos más débiles. Aquellos que nunca tienen beneficios. Ciudadanos que, aturdidos por ondas expansivas, diseminados entre dolor y sufrimiento, salen de bajo tierra, o de un hospital bombardeado, cristianos o musulmanes, recogen sus escombros y dan gracias a su Dios de seguir con vida.

Hay que atreverse a denunciar a los que cada vez nos representan menos y nos convierten con sus palabras y acciones en posibles víctimas tanto del terrorismo internacional como del terrorismo de Estado que, en nombre de la seguridad y recortando cada vez más nuestras libertades, puede hacernos desaparecer de la noche a la mañana para ser debidamente torturados en un centro de detención deslocalizado en Siria, Egipto o Guantánamo.

Que quede claro entonces que no nos atacan ni por lo que somos ni por nuestros valores, sino sencillamente por nuestras acciones.